"Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida... eso les anunciamos" (1 Jn 1, 1.3)
miércoles, 31 de agosto de 2011
Cardenal Bergoglio en la Festividad de San Ramón Nonato
miércoles, 24 de agosto de 2011
Alocución de Benedicto 16 en Castel Gandolfo
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy quisiera volver brevemente con el pensamiento y con el corazón a los extraordinarios días transcurridos en Madrid para la XXVI Jornada Mundial de la Juventud. Ha sido un evento eclesial emocionante, cerca de dos millones de jóvenes de todos los Continentes han vivido, con alegría, una formidable experiencia de fraternidad, de encuentro con el Señor, de compartir y de crecimiento en la fe: una verdadera cascada de luz. Doy gracias a Dios por este don precioso, que da esperanza para el futuro de la Iglesia: jóvenes con el deseo firme y sincero de enraizar su vida en Cristo, permanecer firmes en la fe, caminar juntos en la Iglesia. Un gracias a cuantos han trabajado generosamente por esta Jornada: al Cardenal Arzobispo de Madrid, a sus Auxiliares, a los demás Obispos de España y de las otras partes del mundo, al Pontificio Consejo para los Laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos. Renuevo mi reconocimiento a las Autoridades españolas, a las instituciones, a los voluntarios y a cuantos han ofrecido el apoyo de la oración. No puedo olvidar la calurosa acogida que he recibido de Sus Majestades los Reyes de España, así como de todo el País.
martes, 23 de agosto de 2011
Declaración de los Obispos de la Comisión Permanente
"Elige la vida y vivirás" (Dt. 30, 19)
Durante este Año de la Vida, hemos reflexionado sobre ella y la hemos reconocido como un regalo maravilloso que recibimos de Dios, y que hace posible todos los otros bienes humanos. También hemos observado con dolor situaciones sociales en las que no se está promoviendo el valor supremo de la vida.
Hablar de este tema, en el actual contexto nacional, tiene una significación muy concreta. En efecto, hoy la vida está muy amenazada por la droga y las diversas adicciones, la pobreza y la marginalidad en la que muchas personas viven su existencia en un estado de vulnerabilidad extrema; también la delincuencia aparece hoy en forma frecuente como atentado contra la vida.
Junto con estos peligros nos encontramos frente al planteo del aborto. Queremos afirmar con claridad: cuando una mujer está embarazada, no hablamos de una vida sino de dos, la de la madre y la de su hijo o hija en gestación. Ambas deben ser preservadas y respetadas. La biología manifiesta de modo contundente a través del ADN, con la secuenciación del genoma humano, que desde el momento de la concepción existe una nueva vida humana que ha de ser tutelada jurídicamente. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental.
En nuestro país hay un aprecio de la vida como valor inalienable. La vida propia y ajena es para los creyentes un signo de la presencia de Dios, e incluso a quienes no conocen a Dios o no creen en Él, les permite "sospechar" la existencia de una realidad trascendente.
Valoramos las recientes medidas adoptadas respecto del cuidado de la vida en la mujer embarazada. Es absolutamente prioritario proteger a las futuras madres, en particular a las que se encuentran en estado de marginalidad social o con dificultades graves en el momento del embarazo. Los varones, que también lo hicieron posible, no deberían desentenderse.
Deseamos escuchar, acompañar y comprender cada situación, procurando que todos los actores sociales seamos corresponsables en el cuidado de la vida, para que tanto el niño como la madre sean respetados sin caer en falsas opciones. El aborto nunca es una solución.
Una decisión legislativa que favoreciera la despenalización del aborto tendría consecuencias jurídicas, culturales y éticas. Las leyes van configurando la cultura de los pueblos y una legislación que no protege la vida favorece una cultura de la muerte. La ley, en cuanto base de un ordenamiento jurídico, tiene un sentido pedagógico para la vida de la sociedad.
Invitamos a nuestros fieles laicos y a todos los ciudadanos a reflexionar y expresarse con claridad a favor del derecho a la vida humana. Lejos estamos de desear que este debate provoque más divisiones en la sociedad argentina. Solicitamos, por ello, que las expresiones vertidas sobre este tema se realicen con el máximo respeto, eliminando toda forma de violencia y de agresividad, ya que estas actitudes no están a la altura del valor y de la dignidad que promovemos.
Invocamos la protección de Dios, fuente de toda vida, para que ilumine a los legisladores. En el marco del Bicentenario, cada vida humana acogida con grandeza de corazón renueva la existencia de nuestra Patria como hogar abierto a todas y a todos.
Buenos Aires, 18 de agosto de 2011
159º Reunión de la Comisión Permanente
Conferencia Episcopal Argentina
lunes, 22 de agosto de 2011
Artículo de González de Cardedal en el ABC de Madrid sobre la JMJ
Caudal de esperanza
POR OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL *
La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) ha sido uno de los acontecimientos más importantes para la Iglesia española en el último medio siglo. Lo mismo que lo fueron en su momento, y bajo unas circunstancias sociales, políticas y eclesiales bien distintas, la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965), la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes (1971), el Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona (1952), la Peregrinación Nacional de Jóvenes a Santiago de Compostela (1948); o lo fueron en el orden institucional la participación de la Iglesia en la transición política española, y en el orden estrictamente interno el surgimiento de nuevos movimientos, grupos y asociaciones en el posconcilio.
Lo ha sido en primer lugar porque ha reunido a millones de jóvenes. La juventud se encuentra sin trabajo ni porvenir, retenida y retesada por las circunstancias económicas, en el borde de la desesperanza, de la violencia y de la revolución. ¿Quién tiene capacidad para interpretar los hechos, iluminar las conciencias, fortalecer la voluntad y sostener la persona, no consolando fácilmente o halagando con engaños, sino alentando ante la dura realidad? La Iglesia ha asumido ese reto intentando poner luz, coraje y responsabilidad desde la luz de Cristo. Esto ya es mucho, porque ante las grandes tareas el haberlas intentado con lucidez ya es la mitad de la solución.
Nos preguntamos cuáles es el acontecimiento, punto focal y futuro de la JMJ. El encuentro de tantos jóvenes venidos de latitudes, culturas e iglesias distintas, pero movidos por la misma fe y esperanza, ha convertido a España, pero sobre todo a Madrid, en una inmensa fiesta, clamor de alegría, despliegue de banderas, de colores y de cantos. En tiempos de perplejidad y desesperanza esto es ya una aportación decisiva porque el humor, la alegría y la fe están llamados a ser palancas removedoras de los peligros que nos amenazan. ¡Jóvenes de cerca de doscientos países se han encontrado y reconocido en la misma fe, se han percatado de que no están solos en el mundo, de que creer es ser miembro de esa inmensa comunidad católica! Experiencia de unidad, de universalidad y de catolicidad de la Iglesia. La unidad del Evangelio, del Credo y de Roma es generadora no de uniformación, sino de dinamismo, de pluralidad y de responsabilidades diversas en cada lugar y tiempo.
La Iglesia católica se ha presentado ante España, y España se ha presentado ante la Iglesia católica. Miles de familias españolas han acogido a esos jóvenes llegados de países lejanos, como Ceilán o Estonia, Irak o Zambia. La extensa red de generosa hospitalidad ha creado una inmensa confianza en la familia eclesial. En cada ciudad, y sobre todo en Madrid, ha habido un despliegue de expresiones de la fe: desde las catequesis en tantas lenguas a las vigilias de oración, las exposiciones culturales, los encuentros para el perdón, las eucaristías, las celebraciones de cada una de las grandes familias religiosas: franciscanos, agustinos, jesuitas, salesianos… trayendo a España a sus innumerables amigos.
Como clave de todo esto, el encuentro con Cristo, que es el punto focal antes que el encuentro con el Papa, cuya misión es prestar rostro, palabra y voz a Cristo, y callar como signo para que aparezca ante todos la divina realidad de Este. Desde aquí hay que comprender los actos centrales de su visita: las palabras dirigidas a las autoridades políticas; el saludo a los jóvenes en Cibeles; el encuentro con las religiosas, los profesores jóvenes en El Escorial, los seminaristas, los enfermos y minusválidos; la celebración del Vía Crucis, la adoración del Santísimo y la Eucaristía en Cuatro Vientos como punto cumbre de la alabanza a Dios, como afirmación agradecida de la fe, promesa de testimonio ante el mundo, con la decisión de ofrecer el Evangelio a todos como semilla de paz, palanca de esperanza y potencia de santificación. Cada discurso del Papa requiere ser leído con calma y no es posible sintetizarlo. Todos reflejan los acentos que ha puesto en su pontificado: voluntad de verdad frente a apariencia y mentira; ejercicio de la razón como camino hacia la fe y de la fe como forma consumada de la razón, y no como su negación; reclamación de una humildad metafísica en el hombre para superar la desmesura de quien se quiera más allá del bien y del mal; afirmación de la persona y defensa de toda persona naciente o envejecida. La defensa de estos ideales lleva consigo el rechazo de los fundamentalismos, materialismos y relativismos que niegan la capacidad del hombre para la verdad y para el bien, reducen su dignidad como ser espiritual a la materia previa y confinan su destino en la muerte. No podemos vivir sin fundamentos, pero no podemos ser fundamentalistas; nos atenemos a la materia que somos, pero no seremos nunca materialistas; reconocemos la historia que avanza en superación creciente, pero no seremos nunca relativistas. Por eso no nos dejamos encerrar en ese falso dilema de contraponer verdad y libertad, caridad y justicia, culto a Dios y servicio a los hombres. Quien ve aquí mero antagonismo es todavía un adolescente intelectualmente o no ha pensado hasta el fondo los problemas del ser y del destino humano.
Junto con las ideas subrayaría las propuestas de Benedicto XVI. Son gritos de animación unos y de provocación otros, que han de guiarnos como estrellas cuando llegue la noche o se levante la galerna en alta mar. En 1979 Juan Pablo II lanzaba en Varsovia ese grito hacia la libertad: «No os resignéis». Benedicto XVI nos ha dicho: «No os avergoncéis del Señor», reclamando nuestra misión de testigos fieles. «Conservad la llama de Dios y compartidla con vuestros coetáneos». «Manifestad al mundo entero el rostro de Cristo». La Iglesia está en el mundo para trasparecer el amor de Cristo y la gloria del hombre. «Que nadie os quite la paz». En el Vía Crucis invitaba a los cristianos: «Sed nuevos cirineos ayudando a llevar la cruz a todos los crucificados de la Tierra». Todo esto en un clima de aceptación de la secularidad y de la autonomía de cada uno de los diferentes órdenes mundanos. Por eso en su primer discurso se dirigía a los católicos, pero también a quienes han perdido la confianza en la Iglesia y a quienes no creen en Dios.
Tras años en los que la fe en España parecía estar bajo sospecha y en acusación, hoy levanta la cabeza con dignidad y humildad, con gozo y serenidad ante todos. Vive desde su libertad pensante, creyente y cívica; no con permiso de poderes políticos o de ciertas dominaciones culturales, que reclaman ser quienes otorgan cartas de dignidad ciudadana y de valor cultural. La categoría primordial es la de la libertad, no la de la laicidad. La Iglesia estará atenta a todo y a todos, pero marcará su ritmo de acción desde dentro de sí misma y no irá a la zaga de nadie. En la crisis del último año, ante la ineficacia política, ella ha acreditado con sus parroquias, hogares, comunidades y centros de Cáritas que sabe unir amor a Dios y atención al prójimo. Por eso sonríe ante esas lecciones de servicio social que algunos le quieren imponer en lugar de la fe en Dios y de su proclamación pública.
La JMJ abarca tres momentos: un año de preparación, una semana de despliegue y el año próximo para su realización personal e institucional. Junto con las necesarias expresiones en masa urge en nuestra Iglesia el cultivo de las personas una a una y de las minorías de pensamiento, de acción y de testimonio; minorías creyentes y creíbles por su capacidad creadora, su rigor crítico e implicación histórica. Pensado para un contexto distinto vale también para nosotros el diagnóstico de Borges: «Nuestra realidad vital es grandiosa y nuestra realidad pensada es mendiga».
* OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL ES TEÓLOGO
jueves, 18 de agosto de 2011
Homilía de la Papa Benedicto XVI en la Bienvenida de los jóvenes en la Plaza Cibeles en JMJ Madrid 2011
Queridos amigos:
Agradezco las cariñosas palabras que me han dirigido los jóvenes representantes de los cinco continentes. Y saludo con afecto a todos los que estáis aquí congregados, jóvenes de Oceanía, África, América, Asia y Europa; y también a los que no pudieron venir. Siempre os tengo muy presentes y rezo por vosotros. Dios me ha concedido la gracia de poder veros y oíros más de cerca, y de ponernos juntos a la escucha de su Palabra.
En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.
Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.
Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.
Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.
Encomiendo los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen María, que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo esto más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como Ella, nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad, al final de esta Jornada y durante toda nuestra vida.
Muchas gracias
domingo, 14 de agosto de 2011
Homilía del Cardenal Bergoglio en San Cayetano - 7 de agosto de 2011
“Junto con San Cayetano rezamos por la paz, el pan y el trabajo”
El evangelio nos dice que Zaqueo bajó enseguida del árbol al que se había subido y recibió a Jesús en su casa con mucha alegría.
Una alegría que comenzó al salir a la calle, se incrementó al bajarse del árbol, lo acompañó todo el tiempo mientras preparaba la casa, estalló cuando entró Jesús y se consolidó cuando Zaqueo manifestó públicamente su decisión de cambiar de vida.
Todo empezó cuando Zaqueo escuchó que Jesús había entrado en su ciudad, Jericó, y el pensamiento “sería lindo salir a verlo pasar” le dio alegría. Una alegría pequeñita pero fuerte que le hizo cerrar el negocio y salir a la calle. Igual nos pasó a nosotros cuando sentimos que sería lindo venir a San Cayetano. Le hicimos caso a esa alegría y aquí estamos: en la calle, haciendo fila, rezando con todo el pueblo fiel.
La alegría de Zaqueo creció cuando Jesús se detuvo justito debajo del árbol donde se había subido, lo miró a los ojos y lo llamó por su nombre: “Zaqueo, bajá pronto que tengo que hospedarme en tu casa”. Jesús pasaba por las calles de Jericó y una multitud de gente lo seguía y se encimaba para verlo. Zaqueo, como era petiso, se había trepado a un sicomoro. Quería ver a Jesús. Pero cuando Jesús lo miró a él y le habló, Zaqueo dejó de ser un espectador y pasó a ser actor, protagonista de su propia vida. Aquí creció su alegría porque no estamos hechos para ser consumidores de espectáculos ajenos sino para ser, cada uno, protagonistas de su propia vida.
Buenos Aires, 7 de agosto de 2011
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.